lunes, 30 de mayo de 2011

NUEVAS ABSTRACCIONES (trabajo personal)

LO PURO, LO IMPURO Y LO NO PURO: LA PINTURA TRAS LA MODERNIDAD. Arthur C. Danto
La muerte de la pintura en el siglo XX, se ha fundado menos en signos internos de su agotamiento que en un programa alternativo al que presuntamente deberían de dedicarse los artistas.
Sócrates nos dice si lo que se persigue  es una representación mimética exacta, los espejos consiguen sin esfuerzo unos efectos de los que la pintura es absolutamente incapaz. Paul Delaroche afirma que la fotografía significa la muerte de la pintura.
A las instituciones del mundo artístico no les faltaron razones, para tener a raya la fotografía, razones que justifican la superioridad de la pintura. Toda la historia de la pintura ha sido escenario de persecuciones por motivos que tenían poco que ver con el aumento de sus capacidades.
La historia de de la pintura está llena de movimientos iconoclastas, hogares de las vanidades y censuras hasta el día de hoy. Con la modernidad y su repudio de toda pretensión ilusionista mediante el empleo de formas distorsionadas y colores arbitrarios, cabría pensar que el arte de la pintura quedaba a salvo de las peores acusaciones de la crítica platónica. La pintura no solo se sustraía a etiquetas críticas como distorsión y arbitrariedad, sino que colapsada la propia idea de semejanza a una realidad distal, forzosamente se neutralizaban aquellas proclividades humanas.
En la segunda década del siglo XX, cualquiera habría creído que la pintura quedaba por fin inmunizada frente a sus antiguos enemigos, bien que con cierto sacrificio de sus antiguos poderes.
En 1922, la primera exposición Internacional de Dadá anunciaba la muerte de las bellas artes y deseaba larga vida al arte de la máquina. En 1921, una sesión plenaria de Injuk condenó la pintura de caballete como cosa trasnochada, e instó a los artistas a cambiarla por el diseño industrial. En los años treinta, la pintura abstracta de caballete fue denostada sin cesar desde la izquierda a favor del mural revolucionario. La pintura abstracta era enemiga moral de las grandes esperanzas sociales. Alemania de posguerra, el artista se declaraba demócrata o realista, vino a ser blanco de una nueva forma de denuncia política.
En la década de 1970, la pintura como pintura, ya fuera abstracta o realista, vino a ser blanco de una nueva forma de denuncia política. La pintura como pintura era políticamente opresiva de por sí, simplemente por reforzar unas presuntas estructuras de opresión encarnadas en las instituciones del mundo artístico. Artistas políticamente avanzados procuraron eludir la galería, la colección y, sobre todo, el museo. La pintura como pintura se puso a la defensiva  y no tiene nada de extraño que realistas y abstractos, que en los años 50 se había combatido con vehemencia, se agruparan para darse ánimo cuando el mero hecho de ser pintor pasó a exigir cierta valentía desafiante. Los años 70, cuando la pintura parecía fuerte y cargada de promesas , los críticos en un principio dispuestos a condenarla en aplicación de sus nuevos análisis políticos empezaron a pensar que no sólo había razones morales para decir que debía morir, sino razones objetivas para declararla muerta. Les parecía que la pintura ya no tenía nuevos caminos que recorrer, y por lo tanto no se perdía gran cosa por si por fin moría.
La muerte de la pintura y la muerte de la calidad eran sucesos unidos. La calidad era tan opresiva como la forma de arte a la que iba ligada.

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